martes, 16 de septiembre de 2008

Cuando el arte se convierte en lujo

Sufridos en primera persona los efectos anesteciantes del impacto de todo cuanto se te presenta por primera vez, os confieso que ahora veo las cosas un poco distintas. Si bien es cierto que una parte de mí alucina con tanta extravagancia y lujo, otra también lo hace, pero no por el brillo del glamour que transpiran esos tantos coches, esas tantas tiendas, y esas tantas casas y mansiones, sino por la ingente cantidad tiempo, energía y dinero que es empleado y derrochado en perseguir ese fin. Un fin que evoca y se concentra en la imagen; la pura estética de la superficie da Las Cosas. Y para mí, el verdadero valor de la estética de la superficie de Las Cosas es, como lo indica su nombre, superficial, epidérmico, absurdo. Pero que hoy en día, absortos por ese primer destello de las cosas, hemos recubierto de promesas doradas y profundidades artificiales. Hemos descuidado, bien en el fondo, lo realmente sustancial: cultivar el arte de la intuición, de la atención en sus sentido etimológico, concentrar nuestra mente en aprehender aquello que es observado.

Esto que os digo lo comprueban mis ojos y mis oídos cuando a menudo, en alguna galería que he visitado, en alguna casa de algún supuesto artista que he frecuentado, hay más valor en el material empleado que en el contenido propios del cuadro o o la foto... Un culto a lo mediocre se confunde, demasiado a menudo, el arte con el lujo.

Para mi no hay relación más grotesca que la que han presenciado mis ojos. Ahora bien, quién soy yo para definir la linea que traza la separación entre tan antagónicos reinos? Evidentemente mi formación en arte también es escasa y mediocre. Ya ves, mediocres criticando a mediocres, cómo burro que critica las orejas de otro burro por larga. Por ello que no pretendo convenceros con falsas verdades. Apenas y comparto mi impresión: os hablo desde la óptica de la mera opinión personal, subjetiva y bonita ella, que me dice que el arte es un medio para trasdencer el espíritu hacia otras “colocaciones", otras formas de aprehender el mundo. Unos creen que lo eleva, pero para mí lo importante es que le mueve. El arte es capaz de mover el espíritu. Y lo único que mueve el lujo es el ego hacia banquetes que habrán de inflarle hasta que su amorfa y crecida masa reviente.

A pesar de todo este lugar esconde algo de salvaje que indudablemente mueve y conmueve y remueve, que proviene de la virginidad de su naturaleza...

Ansío empaparme de ese algo

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